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Las claves para entender las rabietas en niños pequeños


Las rabietas son uno de los momentos que más angustian a los padres. Los gritos, los llantos intensos o los desplantes en plena calle pueden hacer que cualquiera pierda la calma. Sin embargo, entender por qué ocurren es el primer paso para acompañar a tu hijo sin sentir que “está fuera de control”. Las rabietas son normales, forman parte del desarrollo y cumplen una función: enseñar al niño a gestionar emociones intensas en un cerebro que aún está madurando.

 

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Qué hay detrás de una rabieta

Las rabietas no son un capricho ni una señal de que tu hijo “te está manipulando”. Ocurren porque entre los 2 y 4 años, el cerebro emocional está más desarrollado que el racional. Esto significa que sienten intensamente, pero todavía no saben controlar ni expresar lo que sienten de forma adecuada. Hambre, cansancio, frustración o un simple “quiero y no puedo” pueden ser detonantes. Comprender esto ayuda a verlas con empatía en lugar de con enojo.

 

La importancia de validar las emociones

Uno de los errores más comunes es minimizar o ridiculizar la rabieta: “no llores por tonterías” o “eso no es nada”. Para el niño, sí es importante. Validar no significa darles siempre lo que quieren, sino reconocer lo que sienten: “entiendo que estás enfadado porque no te di la galleta”. Esta simple frase baja la tensión, le da vocabulario emocional y le enseña que lo que siente es legítimo y puede expresarlo sin miedo.

 


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Cómo reaccionar en medio de la tormenta

Cuando la rabieta estalla, la lógica no funciona. Explicarle con calma por qué no puede tener ese juguete no surtirá efecto en ese momento. Lo más útil es mantener la calma, evitar los gritos y acompañar con tu presencia. Puedes ofrecer opciones simples para devolverle control: “¿quieres agua o prefieres sentarte en el sofá?”. A veces no habrá otra opción más que esperar a que pase el momento, sin escalar el conflicto.

 

Los límites también son amor

Acompañar no significa ceder a todo. Los límites claros y coherentes son fundamentales para que el niño aprenda a manejar la frustración. Decir “no” con firmeza, pero sin agresividad, muestra que hay normas que no se negocian. El secreto está en mantener el mismo mensaje cada vez, para que tu hijo sepa qué esperar. Un “no” acompañado de cariño y coherencia es más valioso que un “sí” dado por agotamiento.

 

Después de la rabieta: el momento de enseñar

Una vez que la tormenta emocional ha pasado y el niño está tranquilo, llega el momento del aprendizaje. Puedes explicarle lo que ocurrió: “Estabas enfadado porque querías el coche rojo, pero ya estaba guardado”. También puedes ofrecer alternativas: “La próxima vez, en lugar de tirarte al suelo, podemos pedir ayuda”. Este repaso posterior ayuda a que poco a poco entienda sus emociones y aprenda formas más adecuadas de expresarlas.

 

En conclusión: las rabietas no son el enemigo, son una etapa necesaria para que los niños aprendan a gestionar emociones. Tu papel como padre no es evitar que ocurran, sino acompañarlas con paciencia, empatía y límites claros. Recuerda: tu calma es el ancla que tu hijo necesita en medio de la tormenta. Con el tiempo, las rabietas disminuirán y quedará la seguridad de haber aprendido juntos a navegar los grandes sentimientos.

 
 
 

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